La bombilla

05 La bombilla

Gilbert Garcin se disponía a cerrar, por última vez, su negocio de lámparas. Por fin se jubilaba. Con 65 años uno no puede estar dando esos trotes. Se puso su sombrero, se colocó el cuello de la camisa, agarró su maletín y chapó la tienda. Volvió de trabajar, pero no lo hizo como Gilbert Garcin, sino como Gilbert Garcin, el fotógrafo mundialmente reconocido.

Así empieza la historia de Garcin. Con 65 años recién cumplidos. Toda su vida estuvo rodeado de lámparas, era su negocio, pero nunca atrapó la luz que desprendían. Me imagino una tiendecita en Marsella llena de bombillas encendidas, haciendo gala de la gran lámpara a la que están enroscadas, pero sin historia, sin nadie que las congele en su carrete.

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El señor Garcin, durante todos los veranos, fotografiaba aquellos sitios que visitaba. Sin mucho interés por cómo la luz pudiese actuar, disparaba sin pensar. Pretendía una cosa: impresionar a sus amigos por los sitios que visitaba, no por sus fotografías. Sus álbumes anteriores a su jubilación estaba llenos de fotografías familiares con valor sentimental pero ninguno artístico. ¿Cómo puede ser?  Él mismo lo dice: «La pasión no tiene límites». El señor Garcin no hace sus fotomontajes por dinero, los hace por el arte.

El mundo onírico es algo que siempre nos ha apasionado. Querríamos grabar nuestros sueños y ver las historias descabelladas que nuestro cerebro es capaz de crear. Pero en cuanto despertamos, esas historias desaparecen. Garcin las recrea, las lleva al mundo de lo real y nos hace partípice de ellas. Cada fotomontaje que hace le lleva una media de 30 horas. No utiliza photoshop ni fotografía digital. Sus herramientas son básicas: una cámara analógica, unas viejas tijeras y una barra de pegamento.

Parece sencillo atrapar los sueños.

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Clara Rodríguez Ruiz
Con la cámara al cuello. Twitter: @ClaraRguez